martes, 9 de mayo de 2017

CYTISUS SCOPARIUS (Reflexiones sobre el amor, bonus track)


Como todo lo bueno en la vida -la meditación, el amor, los orgasmos vaginales, una buena pedicura-, la floración no se practica, la floración sucede. Cierto es que tienen que existir unas condiciones en las que se enmarque este acontecimiento, pero el hecho en sí escapa a nuestro control, sólo hay que ser puesto que no hay nada que podamos hacer. Un mantra que aprendí a base de eternas sesiones de yoga y no pocos escarceos por los indomesticados mundos de Yahoo Respuestas, cuando todavía no era capaz de ver el inmenso regalo que me había traído el otoño. 

El otro día me planté delante del público más exigente que he tenido nunca, mis amigos, y dije unas palabras que nunca pensé que pronunciaría: "El amor no es querer a una persona y que ella te quiera a ti, el amor es estar con una persona que saca lo mejor de ti mismo, que te hace quererte como nunca te habías querido". Nunca queramos menos que eso, hagámonos esa promesa. Así, enfundada en un vestido hortera y luciendo con orgullo unos anillos de mi abuela, sucedió mi floración. Hiroshima en el pecho. 

No sé si conocen la planta de la escoba. En mi valle es un manto verde que cubre el monte, y que antaño se dejaba secar y se anudaba a un palo para poder barrer la muerte y las migas, dejar la acera limpia. Tía Pili me hacía coleccionar las retamas en un pequeño álbum botánico que todavía conservo, y papá siempre dice que cuando la escoba florece es como si toda las laderas se cubriesen de sol, en estampida, de un día para otro. 

Ilusa yo que he estado barriendo arena y lombrices todos estos años, cortando las ramas antes de tiempo, cuando la vida me tenía reservada tanta luz y tanto amor.  Y tantas flores. 



A Ana, a Dani y a Duna, para que sean la mitad de felices de lo que fuimos todos en su boda. 

Y a mis amigos, siempre  y para siempre. 
Aunque nunca encontraré las palabras que expresen toda la gratitud que les profeso.  

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