lunes, 10 de abril de 2017

Te fuiste sin despedirte

Querida Tía Pili, 

Te fuiste sin despedirte, y no te lo voy a perdonar.  

Te perdono que me dejases sola en la cama cuando, vencida por el sueño, me desplomaba en tu colchón de lana después de haberte convencido de que todos los fantasmas que me desvelaban eran ciertos, y tu conseguías escabullirte. Te perdono los Ducados. Te perdono aquella ostia a mano abierta que me diste una vez para que superase mi fobia a los fuegos artificiales, te perdono tus ronquidos y tus platos de cuchara las mañanas de resaca. Te perdono todas las veces que te metiste conmigo por ser de Madrid, por no saber cómo se llamaban los árboles ni cómo vestirme cuando había un metro de nieve. Te perdono todo lo que me has malcriado con tus regalos inesperados y tu santa paciencia y tu bicicleta verde. Te perdono tu colección infumable de novelas policíacas, y que me robases siempre los libros de Manolito para leerlos a escondidas. Te perdono todas y cada una de las broncas, y fueron muchas: por las estrellas de cine, la política, los curas, la comida de las Nieves, las culturas africanas, la falda demasiado corta o las horas demasiado largas. Te perdono que siempre se te olvidase traer a Villager, casualmente, las mejores temporadas de The Wire, y que te empeñases en tener siempre la última palabra. 

Y así fue, tuya. Tuya la muerte y la palabra última. Así te fuiste. Sin avisar, sin despedirte, dándonos una última lección magistral, recordándonos lo azaroso de la vida. Tia Pili de pintalabios rojo y cejas perfectas, siempre con tu diccionario en mano y tu sudoku. Tía Pili... te fuiste sin despedirte y eso no te lo puedo perdonar. Espero que tú, allá donde estés, hayas podido perdonarme a mí. 

Con todo el amor del mundo, tu sobrina que te quiere

Ana

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